Despedida sin cartel

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A veces creo que los humanos deberíamos poder ser como los caracoles, andar con la casa al hombro, no tener que pensar en trasteos, poder ir así por el mundo, vulnerables y abiertos, pero a la vez con la protección que brinda a veces tener un techo. Sí, el techo como refugio, como hogar, no como conjunto de cosas materiales.

Es gracioso, porque justo en medio de estas preguntas, de mudarse, de irse, surge el proyecto de una persona muy especial -y otras que seguramente también son muy especiales- y preguntan ¿qué es la casa? quizás en un sentido más extenso que al que me refiero yo en este instante. Sigue leyendo «Despedida sin cartel»

Esas pequeñas soledades

No sé si sea algo propio de la maternidad, o de mi forma de ser, o de mis condiciones actuales (que tener esta pierna fracturada no me facilita salir sola con la pequeña), pero lo cierto es que toda esta situación me ha llevado a una suerte de isla con mi pequeña. Sigue leyendo «Esas pequeñas soledades»

El círculo vicioso de la violencia

Quizás este post no diga nada nuevo, nada que ya no se sepa, pero siento que es necesario.

Hoy, con este tema de los racionamientos de agua en zonas periféricas de la ciudad me pregunto hasta qué punto es cierto que les racionan el agua porque consumen en exageración o hasta qué punto lo hacen porque son ciudadanos que no pueden levantar su voz de protesta. Claro, no es lo mismo racionar el agua en El Poblado que en San Cristóbal, donde protestar no ha de ser muy favorable para quien lo haga, por razones del conflicto.

Aborrezco plenamente ese discurso de que pasamos la página del miedo, y de que tenemos una nueva Medellín, porque ni siquiera es un discurso nuevo, eso se decía hasta en la prensa durante el ferrocarril, o la apertura del metro, etc. Sigue leyendo «El círculo vicioso de la violencia»

Melancolía

Dolor – Vincent Van Gogh.

Melancolía y nostalgia no son una buena combinación, tal vez. No solo es ese no encontrarse en el mundo, es no encontrarse en uno mismo, es perder la tranquilidad y la calma, navegar por el mar profundo y salado de la tristeza, es dejar de disfrutar tanto de la soledad como de la compañía, del día y de la noche, del sol y de la lluvia.

Queramos o no estamos en un mundo que, de alguna manera, nos exige ser felices y extrovertidos, casi todo lo que se sale de ese espectro está tipificado psicológicamente como un problema, ¿y es que cuál es la razón de vivir, no es, acaso, buscar ser felices?¿si vivimos en esa búsqueda, por qué fingir que no hay que seguir buscando?

Aunque suene a cliché, yo creo que la felicidad sí está en las cosas simples, más que un logro material, es un estado mental; pero la felicidad no es un estado permanente, no es eso que nos venden día a día miles de empresas (mucho menos Coca-Cola), y la nostalgia no es otra cosa que la añoranza de ese estado transitorio, feliz.

Ya olvidé cuando fue la última vez que me sentí realmente feliz, por supuesto que he sentido alegría, pero esa plenitud de la felicidad es un sentimiento poco frecuente. Y lo triste de la memoria es que así como se pueden resignificar los recuerdos para hacerlos más felices, un solo hecho, por ejemplo, una mentira, puede resignificar un montón de recuerdos felices y pintarlos de duda.

Yo no creo eso de que el olvido sea el único perdón y el único castigo, porque si de algo me he convencido es de la importancia de la memoria, el reto es que, a pesar de los recuerdos, o gracias a ellos, podamos vivir tranquilos, es la tranquilidad el único perdón. El castigo no importa, el castigo es la conciencia de cada cual.

La melancolía también puede darse por una felicidad aún no vivida, sentir nostalgia del sentir más que del recuerdo, del hecho.

No existe una solución mágica para salir de este estado, y creo que tampoco es importante buscarla, vivir es vivir también estos sentimientos. Sin embargo, el mundo sigue su rumbo, seguimos existiendo y, queramos o no, no podemos detenernos. La mayor fortaleza no es caminar cuando estamos alegres, sino seguir aumentando el caos y caminando aunque nos invada la nostalgia o la melancolía.

Anhelios.

Y Vincent gritaba ,

y el mistral se rompía

contra su voz:

si no hay pan,

dádme sol.

Sol para dormir,

para comer,

para amar.

Quiero beber sol,

comer sol.

Cuando caiga despedazado, roto,

vivo de muerte,

no me deis agua,

dadme una gota de sol.

Ciro Mendía – Naturaleza muerta en amarillo (fragmento).

.

Ya se ha dicho, no es novedoso, que para renacer de las cenizas es menester primero haberse quemado por completo, quemarse por completo es también intentar entender a ese Ícaro que se acercó demasiado al sol, es necesario beber sol, comer sol, quemarse de sol.

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Alguien decía que todo se cura con agua salada, pero ocurre que cuando te acercas demasiado al sol el agua se evapora, entonces no queda ni sudor, ni lágrimas, ni mar.

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…Solo queda el latir del corazón, que sigue palpitando, como si el alma buscara obstinadamente una razón para no dispersarse en el universo, para no transformarse en girasol o en ave, para no ser tierra fértil.

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Entonces la cera se derrite, las alas se destrozan, y en lugar de alcanzar el sol, terminas sumergido, sin querer, en agua salada.

Bajo un cielo de estrellas

.Los árboles no deberían morir antes que uno.

El pensamiento casi flota entre los árboles que presenciaron la muerte del mandarino… Ella se fue.

¿Quién, entonces, recogería alegremente sus frutos en las mañanas, cuando el olor a fruta fresca se mezcla con el aroma del aire fresco matutino: la hierba húmeda, el olor de la tierra, el aroma de las flores…?

Se vieron crecer mutuamente, ella jugó con sus amiguitas a la cocinita, dónde la cebolla era ese bulbo el cual, ahora dice, es una Liliácea, cuando ambos estaban más grandes, ella jugó a las escondidas subiéndose a lo más tupido de sus hojas… Ella los vió florecer por primera vez, inundando la mañana con ese olor de las flores de naranja, lima y mandarina.

Ellos, por su parte, la vieron exhalar sus primeros suspiros, los gustos juveniles, pasajeros e imposibles… Tal vez solo las niñas lindas consiguen novio a temprana edad.

Ella probó sus primeros y jugosos frutos, naranjados, frescos… Y el olor, ESE olor…

Ellos la vieron conocer sus primeros amores platónicos a través de las hojas de los libros (autores, no personajes), ella, recostada en sus ramas (ya acondicionadas para sostenerla con los años) compartió con ellos la sonrisa y el éxtasis que queda al final de una buena historia.

Y los grillos, mariposas, libélulas, mariquitas y otros seres parecían ser cómplices de todo esto.

Pero ella se fue.

Ellos siguieron dando frutos que ya nadie comía, nadie humano, por supuesto, pues los demás seres se daban un gran banquete.

Ella los extrañó, jugar entre sus ramas, reír, soñar… Incluso llorar y pasar el trago amargo con un dulce y jugoso fruto.

Y regresaba, pero cada vez con menos frecuencia, aumentaba la ausencia poco a poco.

Parecía que ellos lo habían percibido de algún modo, se enfermaron, casi de muerte… Y luego vino la muerte: el mandarino murió.

Y fue un círculo vicioso, pues a ella le dolía verlos así, entonces regresaba con menos frecuencia.

…Estos árboles también la vieron enamorarse, la vieron estrechar una mano y compartir un beso mientras el corazón le latía más rápido, tal vez sintieron celos, tal vez, de amores arbóreos muy poco se sabe.

Supieron perdonarla: La acogieron de nuevo en sus ya debilitadas ramas para nutrirse con ese líquido que caía de sus ojos, la vieron enfermarse y casi morir por el desamor, pero dicen que de amor o desamor nadie se muere, tal vez, excepto un poco…

Una parte de ella, al igual que estos árboles -excepto el mandarino, que lo hizo por completo-, murió. Juntos buscaron florecer de nuevo, parece que lo lograron.

Ella ha regresado, ellos de nuevo le han obsequiado sus frutos en las mañanas, esos que llegan a las papilas y al bulbo olfativo cuando el olor a fruta fresca se mezcla con el aroma del aire fresco matutino: la hierba húmeda, el olor de la tierra, el aroma de las flores…

Juntos, tal vez con nostalgia, contemplan lo que queda del mandarino muerto… «Los árboles no deberían morir antes que uno» piensa ella mientras los primeros rayos del sol iluminan el día y las aves cantan.

Pero, tal vez, solo tal vez, si materia-energía se transformn, nadie ha muerto.

Dos poemas, Cortesía de Ciro Mendía

LAS DOS AVENIDAS

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Por la avenida del olvido, lento

iba mi corazón convaleciente,

iba medio feliz, medio sonriente,

casi sin un dolor, casi contento.

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Ya no tenía nubes en la frente

y estaba más sumiso el pensamiento,

y en ese fino y cálido momento

nada oscuro guardaba ya en la mente.

.

Yo miraba las aves y las hojas,

la tarde ardía de pinturas rojas,

cuando te ví de nuevo y no me viste.

.

Yo dejé del olvido la avenida

y tomé del amor, la conocida,

y por la del olvido tú seguiste.

.

SOLEDADES

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Pesa el ambiente y un doliente peso

hace llorar la página del día;

se me rompen la voz y la alegría

en esta soledad de carne y hueso.

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Se me clava la ausencia de tu beso

y hace sangre mi luz. Yo te diría

que ya mi corazón perdió la vía,

porque el tuyo ha olvidado su regreso.

.

A esta casa sin miel y sin objeto,

hasta la lumbre le faltó al respeto

y el viento y el amor la han golpeado.

.

Es una isla conmovida, en donde

se oye de noche, pávido, y se esconde,

el grito de un fantasma enamorado.

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Así es el azar, esta locura de universo en el que estamos parados, depronto vas en el metro, mirando con cuidado al suelo por si depronto se cae y se pierde algún pedazo de corazón roto, y te encuentras con dos poemas que afilan su puñal en la herida, suena masoquista, pero es bello saber que alguien, hace mucho tiempo vivió y pudo transmitir de manera perfecta eso que sientes. Gracias por eso, Ciro.

Cuesta abajo

No es una novedad. Desde los tiempos más remotos de nuestra humanidad lo sabemos, ¿Qué sabemos? tal vez poco, tal vez mucho, para algunos, tal vez nada.

Todos lo hemos vivido, de una forma u otra: Caer-levantarse-caer de nuevo, algunos aprenden a hacerlo con magistral resignación, otros lo hacen con indiferencia, otros tratan de evitarlo y los últimos, seres inexplicables, lo hacemos con optimismo. Sigue leyendo «Cuesta abajo»