Despedida sin cartel

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A veces creo que los humanos deberíamos poder ser como los caracoles, andar con la casa al hombro, no tener que pensar en trasteos, poder ir así por el mundo, vulnerables y abiertos, pero a la vez con la protección que brinda a veces tener un techo. Sí, el techo como refugio, como hogar, no como conjunto de cosas materiales.

Es gracioso, porque justo en medio de estas preguntas, de mudarse, de irse, surge el proyecto de una persona muy especial -y otras que seguramente también son muy especiales- y preguntan ¿qué es la casa? quizás en un sentido más extenso que al que me refiero yo en este instante. Sigue leyendo «Despedida sin cartel»

¿Huir?

«La Muerte, que es muy  ágil, dió un brinco y se montó en una horqueta del aguacatillo; se echó la desjarretadera al hombro y se puso a divisar. «¡Dáte descanso, viejita, hasta qui a yo me dé la gana -le dijo Peralta- que ni Cristo, con toda su pionada, te baja d’es’horqueta!».

Peralta  cerró su puerta, y tomó el tole de siempre. Pasaban las semanas y pasaban los meses y pasó un año. Vinieron  las virgüelas castellanas; vino el sarampión y la tos ferina; vino la culebrilla, y el dolor de costao, y el  descenso, y el tabardillo, y nadie se moría. Vinieron las pestes en toítos los animales; pues tampoco se murieron».

Tomás Carrasquilla – En la diestra de Dios padre.

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Y así es como mi sitio de huida termina siendo un sitio más de encuentro.

Correr termina siendo una actividad que desgasta los huesos, que te acelera el palpitar del corazón, el hacerse consciente de esa sangre que no vemos, pero que corre por las venas.
Llega un punto en el que, al parecer, no se puede huir, el lugar del que no puedes escapar y al que llegan los mil compromisos en los que te metiste, solo para recordarte que era posible, para poder decirse estúpidamente que se puede seguir soñando. Tal vez la estupidez está subvalorada.

Y es inevitable preguntarse si vale la pena seguir corriendo cuando ya no hay un lugar al cual huir, millones de impulsos nerviosos totalmente desperdiciados en… Nada.

Y al final uno se engaña a sí mismo haciendo tantas cosas solo para engañar la muerte, o para hacerla subir a un árbol de aguacate, como hiciera el amigo Peralta, dicen por ahí.

También hay que encontrarse, auto-encontrarse, perder el miedo, que de nada sirve, y dejarse encontrar.

Encontrarse también es reflejarse en el agua, dejar de correr por un instante… Encontrarse también es esa sensación que queda en el cuerpo y en la mente cuando uno se ha estrellado contra la pared, y saber que eso ocurrirá una y mil veces, porque está vivo, porque la vida no es una línea.

Y seguir en esa maraña que llamamos camino, pero seguir sonriendo.

Barrio Nuevo-La Loma, San Cristóbal, (Med-Ant-CO),

Bajo un cielo de estrellas

.Los árboles no deberían morir antes que uno.

El pensamiento casi flota entre los árboles que presenciaron la muerte del mandarino… Ella se fue.

¿Quién, entonces, recogería alegremente sus frutos en las mañanas, cuando el olor a fruta fresca se mezcla con el aroma del aire fresco matutino: la hierba húmeda, el olor de la tierra, el aroma de las flores…?

Se vieron crecer mutuamente, ella jugó con sus amiguitas a la cocinita, dónde la cebolla era ese bulbo el cual, ahora dice, es una Liliácea, cuando ambos estaban más grandes, ella jugó a las escondidas subiéndose a lo más tupido de sus hojas… Ella los vió florecer por primera vez, inundando la mañana con ese olor de las flores de naranja, lima y mandarina.

Ellos, por su parte, la vieron exhalar sus primeros suspiros, los gustos juveniles, pasajeros e imposibles… Tal vez solo las niñas lindas consiguen novio a temprana edad.

Ella probó sus primeros y jugosos frutos, naranjados, frescos… Y el olor, ESE olor…

Ellos la vieron conocer sus primeros amores platónicos a través de las hojas de los libros (autores, no personajes), ella, recostada en sus ramas (ya acondicionadas para sostenerla con los años) compartió con ellos la sonrisa y el éxtasis que queda al final de una buena historia.

Y los grillos, mariposas, libélulas, mariquitas y otros seres parecían ser cómplices de todo esto.

Pero ella se fue.

Ellos siguieron dando frutos que ya nadie comía, nadie humano, por supuesto, pues los demás seres se daban un gran banquete.

Ella los extrañó, jugar entre sus ramas, reír, soñar… Incluso llorar y pasar el trago amargo con un dulce y jugoso fruto.

Y regresaba, pero cada vez con menos frecuencia, aumentaba la ausencia poco a poco.

Parecía que ellos lo habían percibido de algún modo, se enfermaron, casi de muerte… Y luego vino la muerte: el mandarino murió.

Y fue un círculo vicioso, pues a ella le dolía verlos así, entonces regresaba con menos frecuencia.

…Estos árboles también la vieron enamorarse, la vieron estrechar una mano y compartir un beso mientras el corazón le latía más rápido, tal vez sintieron celos, tal vez, de amores arbóreos muy poco se sabe.

Supieron perdonarla: La acogieron de nuevo en sus ya debilitadas ramas para nutrirse con ese líquido que caía de sus ojos, la vieron enfermarse y casi morir por el desamor, pero dicen que de amor o desamor nadie se muere, tal vez, excepto un poco…

Una parte de ella, al igual que estos árboles -excepto el mandarino, que lo hizo por completo-, murió. Juntos buscaron florecer de nuevo, parece que lo lograron.

Ella ha regresado, ellos de nuevo le han obsequiado sus frutos en las mañanas, esos que llegan a las papilas y al bulbo olfativo cuando el olor a fruta fresca se mezcla con el aroma del aire fresco matutino: la hierba húmeda, el olor de la tierra, el aroma de las flores…

Juntos, tal vez con nostalgia, contemplan lo que queda del mandarino muerto… «Los árboles no deberían morir antes que uno» piensa ella mientras los primeros rayos del sol iluminan el día y las aves cantan.

Pero, tal vez, solo tal vez, si materia-energía se transformn, nadie ha muerto.

Dos poemas, Cortesía de Ciro Mendía

LAS DOS AVENIDAS

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Por la avenida del olvido, lento

iba mi corazón convaleciente,

iba medio feliz, medio sonriente,

casi sin un dolor, casi contento.

.

Ya no tenía nubes en la frente

y estaba más sumiso el pensamiento,

y en ese fino y cálido momento

nada oscuro guardaba ya en la mente.

.

Yo miraba las aves y las hojas,

la tarde ardía de pinturas rojas,

cuando te ví de nuevo y no me viste.

.

Yo dejé del olvido la avenida

y tomé del amor, la conocida,

y por la del olvido tú seguiste.

.

SOLEDADES

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Pesa el ambiente y un doliente peso

hace llorar la página del día;

se me rompen la voz y la alegría

en esta soledad de carne y hueso.

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Se me clava la ausencia de tu beso

y hace sangre mi luz. Yo te diría

que ya mi corazón perdió la vía,

porque el tuyo ha olvidado su regreso.

.

A esta casa sin miel y sin objeto,

hasta la lumbre le faltó al respeto

y el viento y el amor la han golpeado.

.

Es una isla conmovida, en donde

se oye de noche, pávido, y se esconde,

el grito de un fantasma enamorado.

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Así es el azar, esta locura de universo en el que estamos parados, depronto vas en el metro, mirando con cuidado al suelo por si depronto se cae y se pierde algún pedazo de corazón roto, y te encuentras con dos poemas que afilan su puñal en la herida, suena masoquista, pero es bello saber que alguien, hace mucho tiempo vivió y pudo transmitir de manera perfecta eso que sientes. Gracias por eso, Ciro.

Cuesta abajo

No es una novedad. Desde los tiempos más remotos de nuestra humanidad lo sabemos, ¿Qué sabemos? tal vez poco, tal vez mucho, para algunos, tal vez nada.

Todos lo hemos vivido, de una forma u otra: Caer-levantarse-caer de nuevo, algunos aprenden a hacerlo con magistral resignación, otros lo hacen con indiferencia, otros tratan de evitarlo y los últimos, seres inexplicables, lo hacemos con optimismo. Sigue leyendo «Cuesta abajo»