“Lo supe siempre. No hay nadie que aguante la libertad ajena; a nadie le gusta vivir con una persona libre. Si eres libre, ése es el precio que tienes que pagar: la soledad”.
Chavela Vargas.
Hoy lo recuerdo, pasé varios años evitando relacionarme con la gente, confieso que aún me cuesta trabajo…
Aprender a dar besos en la mejilla fue todo un proceso, los odiaba, cuando aprendí a saludar a la gente, me molestaba mucho que respondieran con un «que más» o «¿cómo estás?» cuando sabía que no les importaba la respuesta.
Cambiar los descansos en la biblioteca por charlas que no me interesaban, suplicarle a los profesores para no hacer trabajos en grupo o, en los grupos, hacer el trabajo de todos sola, fueron ingredientes que me acompañaron mucho tiempo.
Tampoco en la universidad hice muchos amigos, de hecho, mis amigas de universidad seguían siendo dos grandes personas que conocí en el colegio y en toda la carrera solo hice una gran amiga.
Tampoco aprendí a hacer buenos chistes, solo una vez en mi vida conocí a una persona que se reía hasta el llanto de mis intentos cómicos -¡de todos!-. Tampoco me ha importado demasiado, aprendí a conformarme con advertir que mi humor era perverso.
Cuando empecé a aprender a conversar con la gente, aprendí también a odiar los sarcasmos, siempre pensé -y aún pienso- que son formas de tratar al otro como un ser inferior y no tener las gónadas suficientes para decir las cosas directamente.
Nunca he sentido gran pasión por muchas cosas que son populares, estar a la moda no me importa y solo me he fijado en las marcas para acortar el tiempo -generalmente tortuoso- de búsqueda de una prenda de vestir, o calzado.
Tampoco siento gran pasión por lo original, siempre he pensado que las personas que se preocupan demasiado por la originalidad nunca entendieron que todos, así tengamos un genoma considerablemente parecido en muchas cosas, tenemos también siempre unas diferencias sutiles y no sutiles, buscar ser completamente original es quizá tan estúpido como buscar ser completamente normal, pues tenemos de ambas cosas, queramos o no.
Aprendí a sentir lástima por todas las mujeres -también hay hombres- que dejan de comer lo que les gusta por no perder la línea, aprendí a verlos como unas víctimas del mercadeo, de vender la felicidad en un empaque y no en el contenido.
¿Que cuál es el objetivo de este post? ninguno. Es simplemente una confesión exhibicionista, que no busca ni aprobación ni rechazo.
Sociabilizar es cada vez más difícil, porque cada vez buscamos más cosas absurdas como estándares de vida, es por eso que, aunque muchos digan abiertamente ser felices, llevan una vida de frustraciones e infelicidad.
Recuerdo el primer post de este blog, y ahora veo que simplemente es mi confesión de no ubicarme en este mundo, intenté hacer muchas de esas cosas, y aún las encuentro insatisfactorias.
Me cuesta trabajo creer en dios y en el destino, y si no fuera por ciertas cosas que he vivido en los últimos años, sin duda aún me declararía atea.
Pese a que me gustan las causas que van con mi forma de ver el mundo y me encanta comprometerme en ellas, he aprendido que no pueden ser causas a largo plazo, porque me aburro fácilmente.
Sigo creyendo firme y sinceramente en la libertad, en esa libertad que intenté describir en mi primer post, y tal vez esa creencia ha sido mi principal ayuda para ir aprendiendo, tal vez no a socializar con éxito, pero al menos a entender al otro.
Aprendí a admirar a esas personas que siempre encuentran la manera de iniciar una conversación agradable con el otro, en todo lugar y momento, yo solo aprendí a compartir silencios.
Aprendí a expresar lo que siento o pienso sin temor de hacerme daño, pero siempre intentando no hacer daño -aunque es inevitable- al otro.
Creo que son pocas las personas en el mundo que ven y entienden -y además intentan aplicar en su vida- la libertad como yo la entiendo, y creo que tal vez Chavela Vargas si tenga algo de razón, pues, posiblemente la única manera de no ser un paria en este mundo es hallar -de manera poco probable- a alguien que vea la libertad del mismo modo.
Aún así, no es grave, la soledad tiene un saborcito grato, y el mundo tiene infinidad de cosas bellas por conocer.
No sé por qué este post suena a despedida, tal vez lo sea, nunca se tiene certeza del futuro, tal vez por eso vale la pena vivir cada instante como si fuera el último.