Veo que muchos padres se esmeran realmente por darle a sus hijos lo que ellos no tuvieron cuando pequeños. En mi caso, siento que quisiera darle a mi Emma los privilegios que yo tuve en mi niñez.
Privilegios como vivir en las afueras de la ciudad, tener árboles que cosechar, en los cuales jugar. Tener pocos juguetes, pero un universo para inventarlos. Y, por supuesto, mucho amor.
Se acerca una época en la que muchas personas quisieran darle los juguetes más lujosos a sus hijos, y yo, mientras tanto, quisiera salir de unos cuantos que siento que no le aportan a su desarrollo, porque eso sí, los juguetes que le representan un reto, una novedad, nos fascinan a ambas. A ella jugarlos y a mí verla jugar.
Tengo claro que no me interesa comprarle, o al menos no por mi iniciativa, juguetes plásticos y mucho menos «princesas». De hecho, tampoco comprendo la obsesión de muchas personas porque las niñas tengan que mantener de vestido, y preferiblemente quietas para que no lo dañen o ensucien… No, yo quiero que Emma juegue, descubra el mundo, esos pequeños detalles fantásticos de la naturaleza, que explore. Claro, tampoco soy radical, hay varios juguetes plásticos que evidentemente le gustan y con los que descubre cosas, y vestirla ocasionalmente con vestido no le hará daño.
También llegará el momento en que quiera conocer de roles: bomberos, constructores, ser mamá de muñecas, etc. y tengo claro que no voy a entrar en eso que ya están los almacenes… «Sección niños, sección niñas», como si los diseñadores y peluqueros más conocidos no fueran hombres -también algunos chefs-, o como si no fuera la Selección Colombia Femenina de Fútbol la que más lejos ha llegado en mundiales proporcionalmente con el tiempo que lleva activa.
En fin, ser mamá lejos de alejarme de mis ideas sobre el feminismo me ha llevado a reafirmarlas, porque me parece absurdo que en lugar de formar personas integrales, que sepan sobrevivir en distintos ámbitos, sin prejuicios de raza o de género, nos enfrasquemos en que una niña o un niño tienen que ser de x o y manera. Cuando hablo de sobrevivir también hablo de cosas básicas como cocinar, pues me parece absurdo que muchos padres aún marginen a sus hijos del placer de conocer y mezclar ingredientes en el laboratorio que es la cocina, o por qué se le «obligue» a las niñas a esta «reponsabilidad» y no a los niños. En gran parte esa fue la razón de mi rechazo por tanto tiempo a la cocina, con la que lentamente me he ido reivindicando.
Ser mamá, compañera y extender mi familia también me ha enseñado a conciliar, y a entender que hay cosas conciliables y otras que no. Decidimos bautizarla y ponerle aretes, pero también hemos decidido viajar con ella a diferentes zonas del país, y puedo decir sin sombra de arrepentimiento (respecto al viaje y al lugar, más no a la falta de compañía) que mi bebé disfrutó inmensamente de las aguas termales cerca a Puracé, aunque esa experiencia resultara luego un tanto traumática -literalmente- y aún me estoy recuperando, eso de estar encerrada en una casa dedicada «al hogar» no va con los sueños que tengo como mujer (aunque los respeto), ni lo que soñamos como padres y pareja.
Debo admitir que en ocasiones envidio ciertos talentos de otras mamás, que quizás requieren un poco más de femineidad, por así decirlo. Veo a esas mamás que organizan las super fiestas para su hija y a ratos me abruman, pensar a su nivel de detalle: la bolsita de regalo, el regalito, la torta, la decoración, el vaso, la cuchara, la servilleta, el juguete, el recordatorio, la ropa, etc. mientras que para el primer cumpleaños de mi hija con dificultad logramos que la mayoría de los asistentes estuvieran a la hora de partir la torta mientras ella lidiaba con los síntomas de una roseola. Eso sí, amor no le faltó, ni le falta.
A veces temo que llegue el día en que me recrimine, en que pregunte el por qué no le hago los peinados que hacen otras mamás a sus hijas, las fiestas ostentosas y todo lo demás, es decir, mi falta de «femineidad» para con ella (porque es un asunto que si bien tiene que ver con la economía, la trasciende), , pero espero explicarle también que ciertas cualidades que atribuyen a las mujeres no necesariamente deben tenerlas todas las mujeres, y que son más un estereotipo. En fin, son tantos los retos y expectativas que uno tiene con la paternidad, una vez está inmerso en ella y entiende su importancia, que el temor tiene a ser el «no dar la talla».
Para mí el feminismo está en el diario vivir, y he aprendido a entender las presiones de género en los detalles más sutiles e inesperados, y aunque no termino de entender por qué algunas feministas son felices alabando su sangre menstrual (lo que para mí, como creo haber explicado en otro post, suele ser un evento terrible de ser mujer), o llamándose lobas, como si ser humano no fuese suficiente, pero bueno, eso lo hablaré en otra ocasión, cuando quizás entienda o alguien me explique mejor el asunto.
Por cierto, siempre es grato estar acompañada en el proyecto familiar de alguien que comparte muchas de estas ideas, quizás con otros argumentos, que retroalimentan.