Ir subiendo y sentir que se aceleran los latidos, ver la ciudad desde sus orillas, sentir que, a pesar de ser un individuo del mundo, hay un lugar en ese mundo en el que sientes que formas parte, un lugar de sueños, tristezas, alegrías… Vida.
Sentir el aire fresco, abrazar los amigos, verles sonreir, mientras los ojos permiten la entrada de todas esas imágenes al paraíso de la memoria, olvidar por instantes esas historias de duendes y lágrimas.
Es, en cierto modo, ser de nuevo un niño, lo cual creo que es el estado más feliz en que puede estar un ser humano, escuchar en medio de la noche esa sinfonía de la naturaleza, saber que al abrir los ojos con los rayos del sol podrás disfrutar de esa maravillosa biodiversidad, así como sentir la calidez de tantas personas.
Aunque los pies sigan caminando, ese tejido complejo que permite la conciencia, de alguna manera, nos recuerda que también tenemos raíces.