Melancolía y nostalgia no son una buena combinación, tal vez. No solo es ese no encontrarse en el mundo, es no encontrarse en uno mismo, es perder la tranquilidad y la calma, navegar por el mar profundo y salado de la tristeza, es dejar de disfrutar tanto de la soledad como de la compañía, del día y de la noche, del sol y de la lluvia.
Queramos o no estamos en un mundo que, de alguna manera, nos exige ser felices y extrovertidos, casi todo lo que se sale de ese espectro está tipificado psicológicamente como un problema, ¿y es que cuál es la razón de vivir, no es, acaso, buscar ser felices?¿si vivimos en esa búsqueda, por qué fingir que no hay que seguir buscando?
Aunque suene a cliché, yo creo que la felicidad sí está en las cosas simples, más que un logro material, es un estado mental; pero la felicidad no es un estado permanente, no es eso que nos venden día a día miles de empresas (mucho menos Coca-Cola), y la nostalgia no es otra cosa que la añoranza de ese estado transitorio, feliz.
Ya olvidé cuando fue la última vez que me sentí realmente feliz, por supuesto que he sentido alegría, pero esa plenitud de la felicidad es un sentimiento poco frecuente. Y lo triste de la memoria es que así como se pueden resignificar los recuerdos para hacerlos más felices, un solo hecho, por ejemplo, una mentira, puede resignificar un montón de recuerdos felices y pintarlos de duda.
Yo no creo eso de que el olvido sea el único perdón y el único castigo, porque si de algo me he convencido es de la importancia de la memoria, el reto es que, a pesar de los recuerdos, o gracias a ellos, podamos vivir tranquilos, es la tranquilidad el único perdón. El castigo no importa, el castigo es la conciencia de cada cual.
La melancolía también puede darse por una felicidad aún no vivida, sentir nostalgia del sentir más que del recuerdo, del hecho.
No existe una solución mágica para salir de este estado, y creo que tampoco es importante buscarla, vivir es vivir también estos sentimientos. Sin embargo, el mundo sigue su rumbo, seguimos existiendo y, queramos o no, no podemos detenernos. La mayor fortaleza no es caminar cuando estamos alegres, sino seguir aumentando el caos y caminando aunque nos invada la nostalgia o la melancolía.