Escribo

Hay gente que escribe por una convicción, por querer cambiar el mundo, por transformar su entorno, o qué se yo.

Hace tiempo que este blog, este refugio, es el espacio del desahogo personal, de escribir al lector que quizás ya no existe, como si fuese el espectador de una autobiografía.

Escribir, aquí, ha resultado ser una necesidad.

Cada «insight», cada análisis de esas pequeñas o no tan pequeñas taras avanzando en la tesis. Cada análisis del historial romántico y el no tan romántico. Cada análisis de las diversas situaciones que la maternidad trae… Permitirían inspirarse para un nuevo post. Pero a veces llega el filtro que no tenía antes de ser una madre separada, la autocensura de que sí, me gusta que esto sea público, ¿pero si él lo lee para hacer daño?

«Uno sabe con quién se casa, pero no de quién se separa».

Yo hasta hace pocos días terminé de asimilar esa frase.

He pensado mucho sobre escribir o no este tema.

He escuchado a miles y miles de mujeres decir «es que los hombres son así», o cosas por el estilo.

He recordado esos dolorosos momentos en que yo, sí, yo, terminaba sintiéndome culpable y «mala mujer» si él, ya acordando una relación monógama, coqueteaba a otra mujer. He recordado como mi autoestima se fue diluyendo, que él siempre tenía la razón de las circunstancias, y yo siempre era la del error.

He recordado la ilusión al separarme de que todo iba a ser muy tranquilo, personas estudiadas y muy civilizadas.

Nada ha sido tranquilo. Y mis ojos, hoy no cegados por los sentimientos, pueden ver con claridad las distintas manifestaciones de violencia.

Esa violencia incluye la manipulación psicológica, el victimizarse al punto de que tú le crees.

La violencia ocurre tal cual la describe Pamela Palenciano, pero peor, porque hay menores en medio. Un tiempo ataques hostiles, otros tiempos victimización, otros tiempos tergiversaciones, que incluye no entender las palabras de su propie hije e interpretarlas a su propio sentido. Tiempos en que ni recuerdan que sus hijes han enfermado y tiempos en que llaman a recordarles que les extrañan mucho. Otro tiempo la tensa calma que le hace a uno soñar de que la tormenta ha pasado.

Pero no ha pasado, y el ciclo se vuelve a repetir.

He perdido la cuenta de las muchas veces que he respirado profundo para no decirle lo que se merece, porque sé bien que hoy día solo quiere hacer daño, y no dudaría en usar la clásica carta de la alienación parental o alguna otra vulneración de derechos.

A veces me veo a mi misma pidiendo a Dios que le cure ese ego herido, el ego de quien engaña pero espera que luego del engaño la mujer se mantenga ahí en nombre de la familia. Como bien hacían las abuelas y hasta las madres, que toleraban hasta enfermedades de transmisión sexual en el nombre de la familia.

O las que toleraban maltratos físicos, económicos y psicológicos.

Y qué decir si al tener la fortaleza de salir de ahí, de la relación, se observa como, al igual que muchos otros, busca desconocer sus responsabilidades, pero no a través de la incapacidad (no tengo) sino a través de toda una gama de violencias y falacias.

¿Conciliaría usted para conservar la esperanza de que la hostilidad se acabe?

¿Y si al conciliar nuevamente empieza el ciclo?

Miles de mamás prefieren mantener solas a sus hijos para evitar vivir estas situaciones.

A los hombres, culturalmente, se les ha introyectado que si no forman parte ya de ese hogar, lo que dan para sus criaturas es una «ayuda» y no una responsabilidad.

Y ellos, sintiéndose que «ayudan», se toman atribuciones para ejercer violencias.

Las mujeres, para evitar las violencias, terminan conciliando acuerdos que no se ajustan a las reales necesidades de los hijes. Cuando no, terminan criando solas sus hijes (que no dé, pero que tampoco joda).

El «joder» va desde violencias verbales, -ahí sí- alienación parental al hablarle mal de sus madres a los hijes, el incumplir las visitas acordadas en los horarios acordados, el no hacerse cargo de las múltiples responsabilidades que conlleva un hije (citas médicas, de colegios, etc) pero sí estar atento para tirar piedras a la madre. Entre otras cosas.

Muchos hombres-padres-expareja terminan convirtiéndose en ese grano en el culo que no te deja sentar en paz. En algunos casos, el grano ciego que no te podés sacar. Lo hacen por el inmenso dolor que les da que sus exparejas administren dinero que ellos perciben –que muchas veces no llega ni al 20% de lo que perciben, 20% que usualmente es menos de la mitad de las reales necesidades del menor-… ¡Para el bienestar de sus hijes! Lo hacen por sus egos de macho heridos.

Aceptar que se alejen, que no cumplan sus responsabilidades económicas, afectivas y sociales para con sus hijes, es mantener un sistema de precarización de la vida de las mujeres. Esto limita su capacidad de ascender laboralmente, de estudiar o de dedicarse a otros proyectos, al ser la única responsable económica y afectivamente por el menor.

Esto debe parar. Y debe haber algún mecanismo para acabar también con ese tipo de violencias, que afectan a la madre y al menor.

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