Un año

 

Dicen que solo aprende a valorar realmente los microsegundos el piloto que supo lo que eso era la diferencia entre perder o ganar.

Para mi, los años pasaban relativamente rápido hasta que me hice madre. Ni mis días ni mis noches han vuelto a ser igual, y lo celebro.

Hace poco recorrí de nuevo un camino que hace semanas no recorría y noté lo mucho que mi pequeña ha crecido, busqué fotos en ese mismo lugar y me asombré al ver lo cercano y a la vez lejano que parecía ese momento.

Y no solo ha pasado tiempo como madre, me sorprende bastante el cómo ha cambiado mi vida en tan solo cuatro años, sí, más o menos hace cuatro años ví por primera vez a mi pequeña en mi vientre.

En estos cuatro años aprendí a vivir en pareja, creo, pero también aprendí luego a vivir solo con mi hija, luego aprendí a deshacer los pasos y ahora, poco a poco, voy pisando unos nuevos.

Me he enamorado y desenamorado de nuevo, aunque quizás sea cierto eso que dicen, que nunca es igual como el primer amor. Guardo con gratitud cada buen recuerdo, pero también procuro construir sobre las decepciones y tristezas y aprender de ellas.

Esta semana dos personas diferentes me preguntaron sobre el amor, y entendí que todavía hay cosas por sanar. Desde que terminó el puerperio he vivido la llegada de la libido como una avalancha inesperada, pero también el proceso de verse en un cuerpo diferente, en asumir los detalles que muestran que estos años también han sido intensos para él.

Con el regreso al trabajo he confirmado que lo más agotador de la maternidad en casa es, en parte, intentar todo el día entender y ser apoyo para una criatura que crece, y a la par no tener vida social más allá de tu familia -y tus amigas que también tienen bebés-. La tribu es fundamental para sobrevivir, creo, pero algo tal vez aún más significativo es mantener contacto con personas que te recuerden que eres más que madre, que puedes hablar sobre literatura, política, ciencia o música, aunque seguramente no sobre la nueva película u obra de teatro en un horario imposible de atender.

Agota también intentar apoyar su manejo de emociones cuando uno mismo de niño lo que aprendió fue a reprimirlas. ¡No llore porque le pongo a llorar por algo que valga la pena! han sido palabras de muchos adultos colombianos. Y no hablo de mí, hablo en general, creo que todos de niños vivimos infancias más duras de lo que nos permitimos recordar, también creo que lo ha dicho con vehemencia Laura Gutman, y además, nuestros padres vivieron infancias hostiles, violentas, desgarradoras, y así sucesivamente en nuestro árbol genealógico. ¿Cuando empezaremos a cambiarlo? el reto es empezar a hacerlo, aún a sabiendas de que, de todos modos, nadie será perfecto.

La maternidad desgarra, remueve cimientos, nos recuerda que ese niño que fuimos no fue tan feliz como creímos, pero por fortuna ya somos adultos para asumirlo, aceptarlo y transformarlo.

Hay algo quizás igual o más agotador y son las críticas, y hay algo real y es que todos somos los padres perfectos de los hijos que no tenemos.

Y todo eso nos mueve, pero no solo eso.

Nunca quise, siendo mamá, apartarme de mi hija porque otras personas lo consideraran correcto. He amamantado porque me ha nacido del cuerpo, porque nos genera bienestar, he estado con ella, y también he tenido mis ratos a solas, ahora, un año ya separada, he aprendido a vivir con esa sensación ambigua de entregar la hija por más de un día para que comparta con su padre, y a la par saber que ese tiempo será para vivir otras experiencias. Y en medio de todo, tengo la firme convicción de que buena parte de la «independencia» de mi pequeña, es porque sabe que es una niña amada.

Entonces recuerda uno cuantas veces ha tenido que definirse y redefinirse en la vida, cambiar, adaptarse. Aprender a amar el primer amor, aprender a desenamorarse y vivir el duelo, aprender a amar de nuevo, a alguien diferente, y de nuevo desenamorarse, aprender a vivir en pareja, a tener hijos, a vivir sin pareja, y con hijos. Para algunas personas es sensato separarse, cambiar de casa, empezar a trabajar inmediatamente, para mí, aunque lo intenté, no era algo sensato: ¿cuántos cambios representa eso para la mente de un niño pequeño? ¿dejar de ver con frecuencia al padre, a su casa, a la madre, todo a la vez? por fortuna creo que todo se ha ido dando gradualmente.

Llevaba rato sin escribir, en parte porque había priorizado el tiempo en otras cosas, pero era una necesidad hacerlo. ¿Por qué? porque me gusta y nace hacerlo. No es mi interés hacer de este un blog cliché de maternidad. Un año ha sido el tiempo, un año, un mes y tres días para ser más precisos, para seguir reconstruyéndonos, sanando.

¿Que si es tiempo de amar, tener otra pareja? no lo sé, creo que no se trata de asuntos de tiempos, sino de casualidades que se dan -ya no causalidades-. Lo que si es cierto, desde mi percepción, es que no es lo mismo tener una nueva pareja cuando se tienen hijos, y menos en tiempos del amor líquido.

En cualquier caso, desde aquí, seguimos caminando, construyendo, soñando.

 

Deja un comentario