.Los árboles no deberían morir antes que uno.
El pensamiento casi flota entre los árboles que presenciaron la muerte del mandarino… Ella se fue.
¿Quién, entonces, recogería alegremente sus frutos en las mañanas, cuando el olor a fruta fresca se mezcla con el aroma del aire fresco matutino: la hierba húmeda, el olor de la tierra, el aroma de las flores…?
Se vieron crecer mutuamente, ella jugó con sus amiguitas a la cocinita, dónde la cebolla era ese bulbo el cual, ahora dice, es una Liliácea, cuando ambos estaban más grandes, ella jugó a las escondidas subiéndose a lo más tupido de sus hojas… Ella los vió florecer por primera vez, inundando la mañana con ese olor de las flores de naranja, lima y mandarina.
Ellos, por su parte, la vieron exhalar sus primeros suspiros, los gustos juveniles, pasajeros e imposibles… Tal vez solo las niñas lindas consiguen novio a temprana edad.
Ella probó sus primeros y jugosos frutos, naranjados, frescos… Y el olor, ESE olor…
Ellos la vieron conocer sus primeros amores platónicos a través de las hojas de los libros (autores, no personajes), ella, recostada en sus ramas (ya acondicionadas para sostenerla con los años) compartió con ellos la sonrisa y el éxtasis que queda al final de una buena historia.
Y los grillos, mariposas, libélulas, mariquitas y otros seres parecían ser cómplices de todo esto.
Pero ella se fue.
Ellos siguieron dando frutos que ya nadie comía, nadie humano, por supuesto, pues los demás seres se daban un gran banquete.
Ella los extrañó, jugar entre sus ramas, reír, soñar… Incluso llorar y pasar el trago amargo con un dulce y jugoso fruto.
Y regresaba, pero cada vez con menos frecuencia, aumentaba la ausencia poco a poco.
Parecía que ellos lo habían percibido de algún modo, se enfermaron, casi de muerte… Y luego vino la muerte: el mandarino murió.
Y fue un círculo vicioso, pues a ella le dolía verlos así, entonces regresaba con menos frecuencia.
…Estos árboles también la vieron enamorarse, la vieron estrechar una mano y compartir un beso mientras el corazón le latía más rápido, tal vez sintieron celos, tal vez, de amores arbóreos muy poco se sabe.
Supieron perdonarla: La acogieron de nuevo en sus ya debilitadas ramas para nutrirse con ese líquido que caía de sus ojos, la vieron enfermarse y casi morir por el desamor, pero dicen que de amor o desamor nadie se muere, tal vez, excepto un poco…
Una parte de ella, al igual que estos árboles -excepto el mandarino, que lo hizo por completo-, murió. Juntos buscaron florecer de nuevo, parece que lo lograron.
Ella ha regresado, ellos de nuevo le han obsequiado sus frutos en las mañanas, esos que llegan a las papilas y al bulbo olfativo cuando el olor a fruta fresca se mezcla con el aroma del aire fresco matutino: la hierba húmeda, el olor de la tierra, el aroma de las flores…
Juntos, tal vez con nostalgia, contemplan lo que queda del mandarino muerto… «Los árboles no deberían morir antes que uno» piensa ella mientras los primeros rayos del sol iluminan el día y las aves cantan.
Pero, tal vez, solo tal vez, si materia-energía se transformn, nadie ha muerto.